Demasiado vieja para ser tan joven

Desde mi ventana se ve el mar.

En mi alcoba, la música, como siempre, acompaña mi soledad. En los primeros acordes canta, sólo, el bombardino y su timbre me recuerda al timbre de tu voz. El oboe contesta con esperanza a su lamento. Yo cierro los ojos y siento un gélido escalofrío recorriendo mi alma.

Estás en todas las melodías.

La brisa del mar entra por mi ventana y me envuelve, trae hasta mí tu aroma, el perfume dulce de tu piel bajo los primeros rayos del sol en primavera; huele a tarde de lluvia, a tierra mojada, a flor de azahar, a tomillo, a hierbabuena, a albahaca, a romero,... Sinfonía de olores.

Inspiro profundamente.

La tarde invita a abrigarse, el viento todavía es frío en este mes de abril, pero, a pesar de ello, me libero de mi chaqueta, dejo que la brisa alcance mi piel y me acaricie con su tacto e irremediablemente hasta mi memoria viaja el recuerdo de tu tacto, suave y sedoso; de tus manos, intrépidas, explorando mi cuerpo. Cada soplo de viento es como un suspiro que me hace estremecer.
Me dejo seducir por el rugir de las olas, me adentro en la arena con mis pies descalzos, me encamino hacia la orilla hasta que el mar baña mis pies con su agua brava y salada. Salada como tu boca. Brava como tú.
Y esa música… Y esos recuerdos… Me siento tan feliz cuando te siento tan cerca que no puedo evitar que una lágrima de añoranza escape rodando por mi mejilla.
Desde mi alcoba se ve el mar. Hace tiempo que estos pocos metros que me separan de él se habrían convertido en una barrera inquebrantable de no ser porque mi imaginación me lleva donde mis piernas ya no pueden llevarme.

En mi alcoba también hay un espejo.

Abro los ojos y me veo reflejada en él, todavía joven y bella, de nívea hermosura y con una amplia sonrisa. Al fondo, el mar. Entre mi reflejo y el del mar, tú. Tú y yo frente al espejo. Cubres mis ojos con un pañuelo atándolo con delicadeza. Me encanta que hagas eso, y lo sabes. Uno a uno desabrochas los botones de mi blusa, con torpeza, con impaciencia. Tus labios cubren de besos cada palmo de mi piel que queda al descubierto: mi cuello, mis hombros, mi espalda, mi espalda, mi espalda,… Es excitante no poder ver hacia dónde se dirigen tus manos, no prever en que puerto arribará tu boca. Ante tus dotes de seducción solo queda rendirse. Contigo siempre pierdo la batalla, y el sentido.

No se puede ser más feliz de lo que lo soy cuando estoy entre tus brazos.

Desde mi alcoba se ve el mar. Probablemente esta será mi última morada. Hace tiempo que estos pocos metros que me separan del ir y el devenir de las olas se habrían convertido en una barrera inquebrantable de no ser porque nunca perdí la ilusión, de no ser porque mi imaginación me lleva donde mis piernas ya no pueden llevarme. Me siento demasiado joven para ser tan vieja.

¿Quién dijo que no se puede vivir de ilusiones? Nada me quitará la ilusión por sentirte cerca, ni la distancia, ni el paso de los años, ni la soledad, ni el olvido, ni mi malograda salud. Nada.

Y así, con ilusión, es como te amo cada día, como cada día paseamos juntos cogidos de la mano por la orilla del mar, como nunca me faltan tus besos ni me veré privada de tu abrazo. Nunca.

Mientras mi corazón siga latiendo, lo hará por ti.

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