Madrid estrena septiembre



Madrid comienza septiembre vistiéndose de melodías, oliendo a dulce, sonando a vida, sabiendo a sonrisas. Hacía tiempo que no paseaba por sus calles. La verdad es que la tarde acompaña, el calor asfixiante del verano que agoniza ya va dejando vía libre a la brisa suave de las aun largas tardes de septiembre. Llegar al corazón de la ciudad en moto y aparcar en la puerta de cualquier sitio ya es empezar con buen pie. Visitar esa tienda de música de donde siempre sales con algo más de lo que has ido a buscar. Recorrer las calles del siempre cautivador Madrid de los Austrias, sin rumbo fijo, dejándote llevar por aquello que te llame la atención, sea lo que sea, el nombre de una calle, el escaparate de algún comercio heredado por generaciones, el sonido de la guitarra de ese artista callejero,… Buscar una taberna donde reponer energías y permitir al paladar el placer de disfrutar de un buen vino y un mejor jamón. Por las calles van y vienes hombres y mujeres, viejos y jóvenes, blancos, negros o amarillos, se mezclan voces como si Madrid fuera Babel y sus calles y plazas aquel lugar sin barreras de lenguas, sin más idioma que el de la fraternidad, sin fronteras. Vamos, hijo, vámonos. No, mamá, quiero verlo. ¿Qué quieres ver, esto? Sí, me gusta. Contesta el niño sin perder su lugar en primera fila absorto en las guitarras, las trompetas y las canciones de los mariachis que han conseguido que se forme un corro a su alrededor en plena Puerta del Sol. Acérquense, dejen paso para los coches de la policía. Advierte uno de los mariachis. Dos coches de la policía local acceden a la plaza, paran y se mantienen allí durante largo rato; los agentes se limitan a observar, no tienen otra cosa que hacer, su papel es velar por la seguridad en la plaza, el respeto entre viandantes y artistas, orientar los pasos de algún turista desorientado,… poco más. Todo está en orden. Nadie huye ante su presencia. Me agrada lo que veo y siento. Y siento que algo ha cambiado. Y no sé si es porque podemos o porque ganemos o porque pepemos pero me siento bien en este Madrid que estrena septiembre. Ojala pudieras ver por mis ojos y sentir por mis poros, ojala supieras cuanto te recuerdo pienso constantemente, a cada momento, a cada paso, a cada acorde, a cada calle, a cada casa. Subiendo por Arenal me encuentro con un tablao flamenco en plena calle, él a la guitarra, ella vestida muy sencilla con pantalón negro y camiseta blanca luce un mantón negro en su espalda, sus brazos en jarras, su gesto altivo, dispuesta para bailar. Acérquense, no tapemos la calle, así podrán disfrutar mejor del espectáculo y dejaremos paso libre, advierte el guitarrista. Los dedos de él empiezan a tañer las cuerdas de la guitarra mientras ella empieza a mover con elegancia sus brazos moviendo el mantón alrededor de su cuerpo con aparente sencillez en sus gestos mientras a pasos cortos se aproxima al pequeño tablao donde taconea fundiendo los golpes secos sobre la madera con la agilidad brillante de la melodía que brota de la guitarra. Artistas callejeros les llaman, ¿qué sentido tendría pues no dejarles tocar en la calle? El público irrumpe en aplausos y una niña chiquita se acerca con paso inestable hasta la funda de la guitarra y deposita dentro unas monedas. La calle, la música, los niños,… Y yo pienso que esto está bien. Le cuento a mi madre dónde estoy, qué hago, cómo estoy pasando el día de su cumpleaños y hasta le cantamos el cumpleaños feliz a dos voces en mensaje de voz por guasa. Le trasmito mi alegría procurando que ella también pase un feliz día, no sin olvidarme de mi abuela de quien ni quiero ni puedo olvidarme. Fue siempre tan generosa que hasta eligió morir en un día en el que, pasados los años, la tristeza por el recuerdo de su ausencia se viera eclipsada por la celebración de un cumpleaños, los regalos recibidos y las muchas felicitaciones de personas que te recuerdan lo mucho que te quieren. Y la recuerdo y sonrío. Y te recuerdo y te añoro. Y me lamento porque sé que nunca podré repetir este paseo en tu compañía. Llegando a Opera un cuarteto de cuerda me saca de mis pensamientos. Ese señor ya lo he visto yo, recuerdo ese violonchelo tan antiguo, creo que hasta tengo una foto, pienso mientras compruebo que ya he gastado todas mis monedas, nada puedo darles esta vez. Música de calle, música para todos, artistas generosos que nos regalan su arte a cambio de la voluntad, la buena o incluso la mala. Mi voluntad es buena, lo que no tengo es más dinero. Con septiembre acaba otro verano, tal vez mejor, desde luego inolvidable e irrepetible, pero con septiembre empieza también un nuevo curso con nuevos proyectos; es momento de cargar las pilas y marcarse nuevos retos, luchar por alcanzar nuevas metas y celebrar otros éxitos. Septiembre no es el final, es solo el principio. Hoy, uno de septiembre, es el primer día del resto de mi vida, una vida que quiero vivir como he sentido el vivir de Madrid hoy, con generosidad, amor y respeto. ¿Me acompañas?

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