Una vida de locura

Queridos amigos.

Ya son muchas las cartas que os he enviado sin haber obtenido respuesta, una al mes exactamente así que… ya he perdido la cuenta. Pero… sí, deben ser muchas.
Supongo que vuestras muchas ocupaciones en esa vida de endemoniada locura que lleváis no os permiten ni tomaros un respiro para escribirme, a lo peor no tenéis tiempo ni para escribir apenas un relato de aquellos que antaño tanto nos hacían disfrutar. Aunque a mí me gusta pensar que SOLICOS sigue vivo y seguís reuniéndonos de cuando en cuando, y tal vez por ello me gusta seguir cumpliendo con mi obligación de escribir para aquellas nuestras reuniones literarias, al menos una vez al mes, aunque la distancia me obligue a hacerlo por carta.
Os mentiría si os dijera que echo de menos aquellos días. La verdad es que se vive tan a gusto aquí que…. No me gustaría volver a mi vida anterior, siempre corriendo de acá para allá, cargando con mil acudimientos y obligaciones que cumplir, sin un respiro para mi yo más egoísta. Pero confieso que a vosotros sí os echo de menos, me gustaría poder disfrutar de vuestra compañía de vez en cuando. Si vinierais a verme alguna vez... Tal vez podríamos organizar nuestro próximo SOLICOS aquí, junticos. O, aun mejor, ¿por qué no os venís a vivir aquí?
Aquí la vida es muy tranquila. Por la mañana madrugamos para hacer gimnasia, desayunamos como reyes y luego atendemos el huerto y a los animales. Raquel estaría encantada aquí, hay caballos, ¿sabes? He aprendido a montar y a veces hasta me doy algún paseo por el campo, aunque hay que tener cuidado porque fuera del recinto residencial en el que vivo acechan muchos peligros, ya sabes, los duendes del bosque que a menudo hacen de las suyas y la lían.
En el huerto tenemos de todo y todo lo que se sirve en el comedor se cultiva en él y en nuestra granja. Arturo, ¿aún sigues con tu negocio de productos ecológicos? Pues aquí sí que es todo cien por cien ecológico, ¡garantizado! A ver si te dejas caer por aquí un día y lo ves, te va a encantar, y te llevas unas borrajas que seguro que de eso no tenéis en tu tienda, aquí ni sabían cocinarlas (se las traje yo de Aragón).  Aunque lo que de verdad os gustaría a ti y a Domingo es el vino que sale de nuestras cepas; la producción debe ser escasa porque solo se utiliza con fines medicinales y nos lo dan con cuenta gotas. Cuando vengáis a visitarme que no se os olvide traerme algún tinto de estraperlo.
Por las tardes trabajo en el periódico residencial. ¿Sabes Isa? También tenemos una radio. Ya les he dicho a mis vecinos que cuando vengas tendrán que entrevistarte, que hay un montón de cosas que aprender de ti. Les vas a encantar. Bueno y a ti ellos. Pues, como os decía, yo me decido a hacer entrevistas y reportajes. Es muy divertido entrevistar a los muchos personajes que me visitan. Ayer, sin ir más lejos, tomé café con la mujer del espejo, que por cierto, la vi de estropea…. el tiempo no perdona ni a las divas, ¡ay qué ver! La semana pasada hice un reportaje sobre sabores de helados y organizamos una cata a ciegas y ¿a qué no sabéis el que tuvo más éxito? El de higos con miel de romero, por supuesto, ¡buenísimo! La protagonista de la semana que viene será la luna, esa luna de mazapán que brilla desde ayer en nuestro cielo. ¡Simpatiquísima! Qué bien lo pasamos juntas. Y ¿sabéis quien me visita a menudo? Pues el director de orquesta ciego, pianista y violonchelista, a veces hasta nos ofrece un concierto privado para los residentes, incluso alguna vez toca solo para mí.
En fin, chicos, tengo que despedirme ya porque tengo a mi Dálmata como loco pidiéndome que le saque a pasear. ¿No os había dicho que tengo un dálmata? Lo adopté hace unas semanas. Le vendría bien que le echaras un vistazo, Laura, creo que tiene algún tipo de trauma porque cuando vemos a algún vecino paseando a su perro se pone como loco y en más de una ocasión me he visto retozando por el césped de los jardines por culpa del dichoso perro. Pero es tan mono que me he encariñado de él.
(-Voy, Filo, voy- dirigiéndose al perro)
Os quiere con locura,
                                                               La Mery



Hospital Psiquiático de Monte Perdido
Estimados familiares. La paciente no muestra signos de recuperación, aunque tampoco empeora. La buena noticia es que su estado se mantiene estable. Sigue presentando alucinaciones y procesos de euforia recurrentes, pero no muestra agresividad alguna. Por ahora creemos que debemos seguir con el tratamiento y evitar cualquier contacto con las personas y los escenarios de su pasado, solo así la medicación que le es suministrada podrá causar el efecto que se persigue y acabar con sus fantasías. Les agradecemos su comprensión y les rogamos encarecidamente que sigan, como hasta ahora, evitando cualquier contacto físico o epistolar con la enferma hasta que les indiquemos lo contrario.
Atentamente,
                                               El equipo de psiquiatría

https://youtu.be/LbNxqOqoGqU

Escombros


La gente de la montaña no deja caer sus casas.

     Abandonar la casa familiar hasta dejarla morir entre ruinas es como no atender a los padres que te han cuidado justo cuando son ellos los que necesitan tus cuidados. ¿Quién abandona a su suerte a un ser querido cuando más te necesita?

     Por eso, en el Pirineo, para mantener la unidad de la casa, solo uno de los hijos –generalmente el mayor- heredaba la casa, las tierras y el ganado que sustentaban la economía familiar. Pero también el nuevo propietario estaba obligado a cobijar bajo su techo a sus hermanos hasta que estos tuvieran sus propia familia y en consecuencia su propia casa. Pero claro, eran otros tiempos. Ahora encontramos en el Pirineo preciosos hoteles y casas rurales que a pesar de mantener la estética de aquellas casas centenarias han perdido la esencia de lo que fueron.

     En cambio en la ribera somos de otra manera. El calor del hogar y la unidad familiar pierden su posición privilegiada a favor de intereses económicos y cierto postureo social, aunque aún queda algún que otro romántico que reconstruye la casa de sus abuelos y restaura los viejos muebles satisfaciendo así unos extraños gustos estéticos y, por qué no decirlo, alimentando también cierto sentimentalismo rancio de un pasado no tan lejano. Así es como aperos de labranza, utensilios con los que las mujeres lavaban en el río, vasijas, lecheras y otros elementos de cocina, alguna radio estropeada y algún reloj que hace tiempo que ya no marca la hora, pasan a convertirse en elementos decorativos del nuevo hogar.

     - Hace falta ser tonto, pudiendo comprar una casa de las que han hecho nuevas, tan bonitas, y meterse en semejante berenjenal…

     - Será por no gastar, estos siempre han sido de la virgen del puño ‘preto’, ¡a ver cómo te crees si no que iban a tener todo lo que tienen!

     - Ya, ya. Solo tienes que ver que no ha contratado ni un albañil. Anda que…. ¡qué sabrá este de construcción!

     Mientras el foraneo insensato suda la gota gorda picando tabiques y cargando escombros, sus vecinos y familiares –los más directos y los que no lo son tanto- que aunque viven lejos, casualmente, pasaban por allí, se detienen a saludar y, ya de paso, hacen todo tipo de preguntas mientras escrudiñan con la mirada todos aquellos cacharraros rescatados de entre los muros de adobe y sobre los que seguramente ellos también tiene derecho, ¿o no es acaso esta la casa de la abuela? Porque una cosa está clara, si hubiera algo de valor –que podría ser-, alguna antigüedad que perteneciera a los antepasados, ahora no iba a venir este que hace años se fue del pueblo a quedarse con lo que no es suyo.

     - ¡Hombre, fulano! ¿Qué haces pues? (es típico del aragonés el preguntar lo que ve)

- Pues ya ves, aquí a la fresca, tomando unas cañitas (contesta el foráneo que trabajando a pleno sol está sudando de lindo mientras le viene a la cabeza aquel dicho popular de al que mucho quiere saber, poco y del revés).

- ¡A ver si vas a sacar petróleo de tanto picar!

- Petróleo no pero algún cadáver sí que he encontrado: un gato y un par de ratas, de momento.

- ¿Qué te vas a hacer aquí, un palacio o qué?

- No, un palacio no. Un castillo, con foso, torres, almenas y algún que otro fantasma.

     Más allá de habladurías, al pensamiento le asaltan recuerdos de momentos vividos entre esos muros que ahora se desmoronan.
     
     En el patio de la casa y en lo que había sido el jardín y la cuadra tuve en mi niñez un club, al menos así lo llamábamos. Tendríamos 10 o 12 años. Con cajones de fruta apilados construimos unas estanterías y allí creamos una biblioteca con los libros que cada uno trajimos de nuestras casas y algunos libros antiguos que encontramos por allí. También llevamos juegos de mesa, de los de verdad, de los de fichas y tablero y sin pantallas. Nos comprábamos chuches y nos íbamos allí a pasar la tarde. La vecina pasaba a “darnos vuelta”, era una mezcla de cotilla y cuidadora. Siempre llevaba la escoba en la mano, como una bruja, la llamábamos “la mujer de la escoba” a la pobre. Nos barría el patio, nos regañaba si montábamos jaleo, pero también, a veces, nos traía rosquillas.

     Años después, mis primos vinieron a pasar las fiestas con unos amigos. El pueblo en fiestas y unos adolescentes con la testosterona rebosando por sus poros solos en casa de día y de noche. Bueno, solos no. También pasaron por allí varios litros de cerveza y la juventud de medio pueblo. La casa de los abuelos se convirtió en el lugar de encuentro, a cualquier hora del día había gente allí ocupando las tres plantas de la vivienda, cuanto más arriba, más reservado, más privado el encuentro. No solo fue lugar de encuentro, también hubo pérdidas, la pérdida de la inocencia, la timidez, el pudor,… Manos ansiosas de tocar culos y tetas, cuerpos deseosos de ser explorados, sonidos húmedos de bocas sedientas de deseo, suspiros ahogados en la oscuridad y el sospechoso chirriar de los somieres oxidados. Lo que pasó allí, allí se quedó.


     El foráneo sonríe al rescatar entre un montón de juguetes mugrientos aquella cabeza de muñeca a la que peinar y maquillar. Y recuerda aquel carnaval disfrazados de hippies, con ropa auténtica sacada del baúl de los padres y ataviados con largas pelucas y unas gafas enormes. Irreconocibles. Ella bebió demasiado, hasta el extremo de que una enorme laguna mental ocupaba su memoria cuando, a la mañana siguiente, despertó en la casa de la abuela sin más prenda que la larga peluca rubia que cubría sus pechos. Le gustó lo que vio. Dos cuerpos desnudos yacientes sobre la sobriedad de aquel lecho mientras los primeros rayos de sol del día acariciaban su piel e inundaba la habitación. ¡Qué mala suerte no acordarse de nada! Claro que ciertas amnesias invitan a inventar e idealizar la realidad vivida por falta de datos.

     Pico y pala. Derruir antes de que se derrumbe. Recordar. Revivir. Volver a sentir. Y proyectar, porque nunca muere aquello que se renueva. Dejar las cosas como han sido siempre no es una forma de conservarlas, sino de ayudar a que se deterioren. Renovarlas es resucitarlas, darles una nueva vida, y dar que hablar al pueblo, claro.


El pianista

Mis oídos observan
cómo posas suave y tierno
el peso de tus manos.
Firme y decidido a la vez.
Como una caricia.

Puedo sentir la tensión de los músculos
en todo mi cuerpo
mientras tu cara serena,
consciente,
refleja la pasión pausada
de un placer infinito
semejante a la felicidad extrema.

Sangre tiznada de melodía
recorre el pentagrama de tus venas
al ritmo que marca el diapasón
que palpita en tu pecho.

Si tu boca y tu lengua me hablaran
con la soltura con la que hablan tus manos
hábiles, locuaces,
traviesas, sagaces,...
cubriría de acordes mi piel
con la esperanza de que algún día
con tu música
me desnudases.