Cuerda, viento y percusión

Relato ganador del I Certamen de Relatos TRILCE Isla Literaria


Soy director de orquesta. Además de pianista, violonchelista y compositor.

Cuando me siento al piano, noto como todo él me arrulla. Me siento en su regazo y él me acoge en su seno. Me da paz. Acaricio el teclado, tan suave… Siento como, una a una, sus teclas se entrelazan con mis dedos, y mi cuerpo se estremece. Lo toco. Vibran sus cuerdas. Resuena todo él. Su sonido penetra en mí y también mi cuerpo vibra. Me toca. Se me eriza el vello en brazos y piernas, mientras mis dedos, ágiles, expertos, recorren el teclado colmándolo de caricias en forma de acordes y melodías. Y yo también me dejo tocar, por la dulzura de Schubert, la pasión de Bach, la maestría de Chopin, la sensibilidad de Tchaikovski,… Del moderato al presto, del piano al fuerte, de la serenidad a la locura,.. dejándome llevar por la música hasta alcanzar el clímax. Nunca es igual. Cada ejecución es única. Pero siempre, siempre, siempre es una experiencia irresistiblemente placentera.

Con el chelo es diferente. Yo lo domino a él. Su posición es sumisa.
Lo coloco entre mis piernas. Lo acerco a mi pecho y lo inmovilizo junto a mí con mis manos y mis brazos. Esas curvas sugerentes… ¡Es la Diosa de la Música convertida en instrumento musical! Inhalo su aroma a madera noble, pulida y barnizada. Deslizo mis dedos por sus cuerdas, desde el mástil hasta el puente. Comienza el juego de seducción cuando pellizcos sus cuerdas con un pizzicato juguetón, pícaro y provocador. Compruebo, una a una, que están perfectamente afinadas, antes de comenzar el calentamiento con el arco. Con decisión. De los agudos a los graves. De los graves a los agudos. Despacio al principio y acelerando el tempo poco a poco. Hasta que sus susurros iniciales se convierten en ruegos, en lamentos, en jadeos, en súplicas pidiéndome más, más música, más rápido, más fuerte,… ¡Más!

Pero donde mi cuerpo se colma de gozo es con la orquesta. Colorido tímbrico. Mezcla de texturas. Contraste armónico y melódico, fusión de timbres. Cuerda, viento y percusión, todo a mi merced. Yo tengo el poder. Yo tengo la batuta. Fina, ligera, hecha de fresno, sencilla y de tacto suave. Subo a la tarima y la alzo en mi mano. El auditorio huele a metal, a madera, a terciopelo, a ilusión, nervios y expectación. Todos los músicos miran expectantes mi batuta. La batuta en alto congela la escena, ensordece el silencio y paraliza la respiración del oyente. Saboreo ese momento. Son sólo unos segundos, pero sólo yo decido cuantos segundos. Finalmente, con un ligero gesto, marco la direccionalidad de la melodía. La percusión marca el ritmo. El clarinete, en su registro grave, rompe el silencio con la melodía principal. El oboe le sigue. Al momento se suman violines, violas, metales y poco a poco toda la orquesta. No los veo, pero los siento. Puedo percibir como disfrutan con cada compás que ejecutan. Mis manos dominan la orquesta, la muevo a mi tempo, a mi ritmo, ahora pianissimo en un susurro, ahora fortissimo en un grito desgarrador. De pronto, ¡un giro! Doy la entrada al solista, que nos distrae, nos relaja, nos confunde, nos cautiva. Ahora, ¡toda la orquesta! Retomo el tema principal buscando el final. La tensión se puede tocar. Y yo puedo tocar el cielo con mis manos cuando el público irrumpe en aplausos y me lleva al más dulce de los éxtasis.

No conozco la luz. Soy ciego. Nací ciego. Tal vez por eso estoy dotado de este don. Tal vez por eso, en contraprestación a esta carencia, desarrollé mis otros sentidos de forma extraordinaria. El gusto. El olfato. El tacto. El oído.


El oído, ese es mi don. Soy director de orquesta. Sí, ciego y director de orquesta. Además de pianista, violonchelista y compositor. Veo, saboreo, huelo y siento el mundo a través de mi oído, a través de su música. La vida es Música. Es la música quien acompaña mi soledad,  quien provoca el llanto y seca mis  lágrimas con un beso, quién me abraza con ternura, quién me seduce, por quién lucho y me rindo cada día, mi pasión,  la que corre por mis venas. Mi vida. Y vivirla así es un placer que no se puede explicar con palabras.

La inspiración de la última parte, el director de orquesta, está en este video: Danzón Nº 2 de Arturo Márquez, dirigido por Gustavo Dudamel