Hoy, al volver a casa, he buscado
en mi biblioteca el libro Desertores, la guerra civil que nadie quiere
contar, de Pedro Corral, Debate, 2006. He abierto sus páginas por el
capítulo 51, que lleva por título Historia de Benjamín Sánchez Moreno,
sargento franquista, guerrillero republicano, y he releído el párrafo donde
se cita la palabra que estaba buscando:
«El teniente
Víctor Moro me quería mucho, claro que yo sabía quién era él y él sabía quién
era yo, porque los dos éramos de izquierdas. (…) Cuando llevábamos veinte días
en el frente, le pedí al teniente Moro un salvoconducto como que iba de
comisión de servicio, y me vine al pueblo para ver a mi novia y a mis padres.»
“Salvoconducto”. No había vuelto a
escuchar esta palabra hasta hoy. Es más, estoy segura de que nunca la había
utilizado fuera de este contexto, de la historia de mi abuelo. Al rememorar su
relato, siempre lo he imaginado llegando a los controles militares y contestando
ante la solicitud exigente de “¡Documentación!” con un “Camarada, viajo en
misión especial” mientras mostraba aquel trozo de papel todopoderoso que acallaba
cualquier pregunta y abría todas las puertas.
Y os preguntaréis por qué os cuento
esto. Bien, os lo explicaré.
Hoy mi empresa me ha dado un salvoconducto
que me permite salir de casa para ir a trabajar. Un documento en PDF donde yo
misma he rellenado mi nombre y mi lugar de trabajo. Así de fácil y así de
asombroso. Un salvoconducto.
Vale, no estamos en guerra, pero la
situación comienza a parecerse, hasta en el léxico usado para nombrar las cosas:
estado de alerta, s a l v o c o n d u c t o…. ¿Qué será lo próximo? ¿Cartillas
de racionamiento?
He estado pensado en qué puede
parecerse esta insólita situación que estamos viviendo a una guerra. Quizás no
es comparable.
O tal vez sí.
¿Una guerra del mundo contra un virus?
Podría ser. Los países, las ideologías, las potencias económicas,… compiten
entre ellos y ahora se les pide que se unan contra un enemigo común: la
enfermedad.
¿O tal vez sea una guerra de la
Naturaleza contra las economías insostenibles? Parece decirnos: “Vosotros
elegís: salud o dinero”. Desde luego, no todo vale a cualquier precio.
Pero no. La reflexión que quiero
compartir con vosotros, amigos míos, es que temo que la guerra está mucho más
cerca.
Hoy mi enemigo ha sido la estupidez de
las personas que no sé qué parte de “quédate en casa” no han entendido cuando a
las nueve de la mañana han llenado las calles. Estoy
segura de que alguno coge la bolsa de la compra simplemente para “darse una
vuelta”.
Hoy he ido a trabajar (los bancos
tenemos que dar servicio). De las personas que han acudido a la oficina, dos
han entrado y salido hasta cuatro veces (no exagero): “mi tarjeta se quedó ayer
en el cajero”, “mi tarjeta está bloqueada”, “no me acuerdo del PIN”, “quiero
cambiarlo y no sé cómo” (todo esto la misma persona: hombre, 65 años, al que
creo que le he dado un nuevo PIN de su tarjeta y le he explicado cómo cambiarlo
en el cajero cada vez que ha querido utilizarla). Otro: “he bloqueado el acceso
a la banca online”, “he vuelto a bloquear el acceso a la blanca online, no me
acuerdo de la clave”, “no me acuerdo del PIN de la tarjeta”, “he bloqueado la
tarjeta” (todo esto el mismo, un tipo con 5 euros en cuenta, nada más, que digo
yo para que querrá la banca online y la tarjeta con ese capital). Puedo añadir
a la lista varios “vengo a pagar un recibo”, “quería ingresar 10 euros”, “no
soy cliente pero quiero pagar la comunidad de propietarios aquí porque mi banco
me cobra”,… ¡Me he pasado la mañana contestando “eso lo puedes hacer desde tu
casa, por Ibercaja Directo”, “puedes hacerlo en el cajero”, “debes ir a tu
banco”,… cada vez con menos paciencia y más mala leche!
Esta mañana he sentido que mi enemigo
no es el coronavirus, un bicho con el que podríamos acabar quedándonos un
tiempo aislados de los demás para evitar el contagio y dejar a los sanitarios
que hagan su trabajo. No parece tan difícil.
Esta mañana resonaba en mi pensamiento
la cita que hace ya 400 años dijo Hobbes “Homo homini lupus” (El hombre es un
lobo para el hombre). Así es el ser humano, el único ser vivo capaz de acabar
consigo mismo, que lucha contra su prójimo por naturaleza.
No vale que nos hagan una recomendación, tiene que
ser una obligación.
No vale que nos los digan por
televisión porque, claro, quién le hace caso a los políticos si hagan lo que
hagan y digan lo que digan siempre va a ser para fastidiarnos? (demagogia,
beneficio político, intereses…). No basta con eso.
Tiene que salir la policía a la calle
para “recordarnos”, por si no nos hemos enterado, que no se puede salir de casa
si no es por causa mayor. Y el ciudadano egoísta que se cree que esto no va con
él y que está por encima del bien y del mal se enfrenta con los agentes de la
autoridad porque el resto del mundo está confundido y ellos tienen razón, como
siempre. Sólo han pasado tres días y ya se han podido hinchar de poner multas.
Y aquí no queda la cosa, el ejército
está preparado por si tuviera que intervenir. ¡Qué fuerte!
Este virus se cura con la vacuna de la
SOLIDARIDAD.
Nuestra guerra no es el coronavirus.
El coronavirus sí se cura. Nuestra guerra es la estupidez y el egoísmo. Se
están forjando dos bandos: los de salen por ahí como si nada y arrasan en los supermercados sin importarles que el que venga detrás no
encuentre aquello que necesita, y los que acatan las recomendaciones de las
autoridades sanitarias y hasta evitan besar a su propio hijo por riesgo a propagar el contagio.
A mi abuelo le mandaron a la guerra. Nosotros, que sólo se nos pide que nos quedemos en casa, la estamos creando día tras día.
Pero todo esto tiene una cara amable, ¡claro
que sí!: La sinceridad de los aplausos desde cada ventana, la emoción de los
músicos tocando al unísono desde la distancia, los gestos altruistas de
artistas, empresas e instituciones cediendo gratuitamente conciertos, películas
o visitas virtuales a museos, las videollamadas grupales para no dejar de
tomarte un vino con los amigos…
¡Contagiémonos todos de GENEROSIDAD,
SOLIDARIDAD y AMOR, que son y siempre serán los motores que muevan el mundo! Y
cuando esto pase, démonos el abrazo de corazón más sincero que nunca hayamos
dado.
¡Ay, abuelito, cuánto sigo aprendiendo
cada día de ti!
El mundo se ha convertido en una película de ciencia ficción.
Pinto, 16 de marzo de 2020
No puedo estar más deacuerdo contigo. No sé si el problema que tenemos en este país es la ignorancia, la insolidaridad o el pasotismo de la gente, pero quiero pensar que es una pequeña parte de esta sociedad y que lo negativo destaca más que lo positivo. Así que alegría, paciencia y a seguir, que esta guerra va a durar poco.
ResponderEliminar